Época: Hispania Alto Imperio
Inicio: Año 29 A. C.
Fin: Año 268

Antecedente:
La organización económica



Comentario

El dominio que ostenta la producción agraria en la organización económica y la consecuente dependencia de las actividades artesanales condiciona el carácter y el volumen del comercio, que en gran medida está constituido por productos derivados de la agricultura. No obstante, la importancia de los recursos mineros hispanos y su escasez en la península italiana favorecen el desarrollo del transporte de minerales mediante procedimientos relacionados con los distintos sistemas de propiedad y explotación de los yacimientos mineros.
La relación periferia-centro, que define de forma general la posición de las provincias hispanas con respecto a Roma y a la península italiana, condiciona también el tipo de relaciones comerciales, especialmente en lo que se refiere a los productos en los que se materializa. El punto de partida está constituido por la situación colonial del período precedente; las provincias hispanas abastecen a Roma en época republicana mediante el botín de guerra y con materias primas, como minerales y cereal; en cambio, reciben de los centros itálicos productos elaborados entre los que se encuentran los derivados de la agricultura como el vino, algunas manufacturas, como la vajilla propia de las cerámicas campanienses, y determinados productos de lujo.

Durante el Alto Imperio persiste esta situación de dependencia, aunque ya se producen determinadas modificaciones que reflejan una cierta inflexión en las tradicionales relaciones centro-periferia. El fenómeno se aprecia en el ámbito agrario, donde el desarrollo de la agricultura hispana fomenta un comercio en sentido contrario al del período republicano, y en las transformaciones de las actividades artesanales, que introducen los sistemas productivos itálicos y la imitación de sus productos, haciendo innecesarias algunas de las importaciones precedentes. La dinámica que se aprecia en el ámbito de la vajilla es bastante gráfica al respecto, ya que a las importaciones de fines de la República e inicios del Principado, procedentes primero de Italia y con posterioridad de la Galia, a las que conocemos respectivamente como sigillata aretina y sigillata sudgálica, le suceden desde el reinado de Tiberio o de Claudio producciones peninsulares conocidas como sigillata hispánica, que se difunden en las distintas provincias hispanas e incluso irradian a zonas más periféricas durante el siglo I d.C., como los territorios africanos.

No obstante, las propias características del Principado, y especialmente la proyección a las provincias de las propiedades imperiales, condicionan la naturaleza de los intercambios entre Hispania y Roma. Concretamente, las explotaciones imperiales generan un trasvase de riquezas mediante el correspondiente aparato administrativo (procuratores, arkarii, tabularii), que en principio afecta fundamentalmente a la explotación de algunos yacimientos mineros, pero que progresivamente se extiende a otros campos que abarcan las producciones agrarias de determinadas propiedades del emperador y la coacción que se ejerce sobre los medios de transporte marítimos para el abastecimiento de Roma. Esta evolución se intensifica durante el siglo II d.C. y alcanza su máximo desarrollo con las nuevas condiciones históricas de la dinastía de los Severos.

El elemento esencial que dinamiza el comercio hispano está constituido por el desarrollo del proceso de urbanización, que favorece ante todo el comercio local mediante sus propias instalaciones urbanas (tabernae, macellum), pero que asimismo canaliza, especialmente cuando las ciudades se ubican en enclaves costeros o fluviales favorables, el comercio de sus productos hacia los grandes centros de consumo del Imperio, conformados por Roma, Italia y las fronteras. A su vez, los gustos romanizados de las elites sociales que dirigen las colonias y municipios dan lugar a importaciones de productos de lujo procedentes tanto del mundo itálico como del Mediterráneo oriental.

La articulación territorial de Hispania y las condiciones favorables creadas por la erradicación de la piratería, a la que alude Augusto en su testamento político (Res Gestae), constituyen elementos que favorecen la intensificación del comercio, tanto en lo que se refiere a su marco peninsular como mediterráneo y atlántico. El control territorial y la nueva articulación administrativa materializada en el organigrama de las tres provincias hispanas dinamiza la construcción de la imprescindible red viaria, que ya se había iniciado en el período republicano. En este sentido, la conquista de los pueblos del norte permite una organización sistemática de la red viaria peninsular, que en gran medida se programa en relación con las fundaciones urbanas llevadas a cabo por Augusto.

El carácter específico de la red viaria hispana, en contraste con otras como la de la Galia, está constituido por su trazado periférico, que viene condicionado en líneas generales por la posición central de la Meseta y por los accesos naturales a ella. El litoral mediterráneo queda articulado mediante la Vía Augusta, que conecta a Hispania con Roma por la costa levantina, dirigiéndose en uno de sus ramales desde Carthago Nova hacia el interior en dirección a Acci (Guadix) para alcanzar el Guadalquivir y, por su cauce, la Baja Andalucía, hasta finalizar en Gades. Los territorios occidentales de la Península se relacionan mediante la llamada Vía de la Plata que une a Asturica Augusta (Astorga) con Emerita Augusta, conectando desde la capital de la Lusitania con la que se dirige hacia los centros del Bajo Guadalquivir, tales como Hispalis e Italica. Finalmente, los territorios septentrionales quedan relacionados mediante diversas vías, como la que une Asturica Augusta con Burdigalia (Burdeos) o la que articula todo el valle del Ebro.

Los ejes fundamentales de articulación del territorio se complementan con otros de menor proyección tales como los que unen Bracara (Braga) con Olissipo (Lisboa), a Olissipo con Pax Iulia (Santarén), a Emerita con Caesaraugusta a través de Toletum (Toledo) y del Valle del Jalón, o a Gades con Carthago Nova por la costa a la que conocemos como Vía Hercúlea. La construcción de redes de ámbito local, que relacionan a ciudades concretas, completa la nueva articulación de la Península. Su desarrollo e incluso la importancia estratégica que poseen para el Imperio puede reconstruirse mediante la información presente en los miliarios que marcan las distancias existentes desde un determinado punto de partida, y que también indican mediante anotaciones su construcción o su restauración por determinados emperadores, a cuya propaganda contribuyen. La distribución cronológica que los miliarios ofrecen en el territorio peninsular son claramente indicativos de una mayor preocupación por las rutas del centro, sur y levante peninsular durante los primeros años del principado, que contrasta con la importancia que adquiere la red viaria del noroeste a partir de mediados del siglo I d.C.

La función de la red viaria, cuya monumentalidad puede rastrearse en los puentes que han sobrevivido en Corduba, Emerita, Alcántara, etc., se relaciona más con las necesidades administrativas y militares de articulación y control territorial que con la organización del comercio. En realidad, la lentitud del transporte terrestre, derivada de la propia naturaleza de los medios empleados, en el que la tracción se realiza mediante bueyes, ya que se desconoce el atalaje que permite la collera pectoral sin oprimir la yugular o la herradura que hubiera facilitado el uso de animales de mayor rapidez, condicionan el que la red viaria favorezca esencialmente el comercio local de la ciudad con su territorio o la conexión de centros productores o consumidores con la red fluvial o costera que articula las grandes rutas comerciales.